La última vez que hablé con mi papá fue dos meses después de su muerte.
Era un jueves tempranito y un sol otoñal entraba por mi ventana.
Estaba sentado al borde de mi cama mirando como despertaba. Tenía veinte
años menos que la última vez que lo vi, con su camisa celeste, jeans y
zapatos de cuero negro.
Abrí bien los ojos y solo balbucee unas disculpas somnolientas.
-Está todo bien, hijo.
-Ya estoy mejor...
Fueron las últimas y únicas palabras que le escuché decir, con mi
propia voz, que es muy parecida en algunas circunstancias a la de él.
Sólo eso y sonrió.
Mientras tibios rayos de sol entraban por la ventana a despertarme.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario