viernes, 11 de octubre de 2019

Fuego y penumbra. (1993)


Vuelven a la inmensidad los ríos de luz que escapan del encierro de esta ciudad, luego de beber un poco de esta fiebre, entre el cemento y los rascacielos. Vuelvo al barrio donde las cosas siempre están igual y es posible que esta noche algo me diga por fin, por lo cual este perfume me hizo venir hasta aquí y no puedo dormir.
Deambulando de aquí para allá,  este tango infernal desgarra la piel en tiras entre tantas penas y soledad suena el bandoneón rasgando la armonía del lugar, la quietud de la habitación como manchas de humedad de las sombras, van penetrando en la piel, los muebles, las paredes, confundiéndolo todo.
Y ella solo en sueños cruza descalza el umbral.
Pasan los días, así, como un volcán de nada en el borde del final y del principio, giran sin ver.
Más allá nace la fe.
Ya no sé, ríos de sombras desembocan aquí, en este maldito lugar.
Y ella llora y ríe en la penumbra se acaricia el cuerpo y lo hace notar, luego se esfuma.
Y es posible que esta noche algo me diga por fin, por lo cual, este perfume me hizo venir hasta aquí y no puedo dormir.
Una brisa entra a la habitación y mueve las cortinas, un rayo de luz ilumina como un cono la silla vacía.
Un cono de luz  y la imágen es desoladora, ella olvidó sus anteojos sobre la mesa, ahora andará perdida entre las sombras, ella vive siempre escapando, la luz dejó en los anteojos un brillo antes de apagarse.
Más allá muere la fe.
Deambulando de aquí para allá, este tango mortal hiere las almas. Yo no sé porque rompí todos los muebles de la habitación, porque los arrojé por la ventana, menos la radio. Yo no sé porqué estoy llorando tirado en el suelo mirando la oscuridad, quizás porque en esta vorágine tu imagen se me apareció.
Yo no sé por qué encendí algunos papeles y me senté a esperar que todo se convierta en lenguas de fuego.
Y ella cruza desnuda el umbral y en silencio observo el amanecer en sus ojos.

A Mariela que suele caer atrapada ante el encanto de un tango fatal

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