Deambulando de aquí
para allá, este tango infernal desgarra
la piel en tiras entre tantas penas y soledad suena el bandoneón rasgando la armonía
del lugar, la quietud de la habitación como manchas de humedad de las sombras,
van penetrando en la piel, los muebles, las paredes, confundiéndolo todo.
Y ella solo en
sueños cruza descalza el umbral.
Pasan los días, así,
como un volcán de nada en el borde del final y del principio, giran sin ver.
Más allá nace la
fe.
Ya no sé, ríos de
sombras desembocan aquí, en este maldito lugar.
Y ella llora y ríe
en la penumbra se acaricia el cuerpo y lo hace notar, luego se esfuma.
Y es posible que
esta noche algo me diga por fin, por lo cual, este perfume me hizo venir hasta aquí
y no puedo dormir.
Una brisa entra a
la habitación y mueve las cortinas, un rayo de luz ilumina como un cono la
silla vacía.
Un cono de
luz y la imágen es desoladora, ella olvidó
sus anteojos sobre la mesa, ahora andará perdida entre las sombras, ella vive
siempre escapando, la luz dejó en los anteojos un brillo antes de apagarse.
Más allá muere la
fe.
Deambulando de aquí
para allá, este tango mortal hiere las almas. Yo no sé porque rompí todos los
muebles de la habitación, porque los arrojé por la ventana, menos la radio. Yo
no sé porqué estoy llorando tirado en el suelo mirando la oscuridad, quizás porque
en esta vorágine tu imagen se me apareció.
Yo no sé por qué encendí
algunos papeles y me senté a esperar que todo se convierta en lenguas de fuego.
Y ella cruza
desnuda el umbral y en silencio observo el amanecer en sus ojos.
A Mariela que suele caer atrapada ante el encanto
de un tango fatal
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